CRÍTICA
En la obra de la artista se puede destacar por una parte, el estudio preliminar de los distintos planos del paisaje, partiendo del naturalismo, hacia la simplificación llevando al extremo el nivel de iconicidad, de forma que extrae los rasgos más característicos de cada uno, si llegar a la abstracción, como vemos en los dibujos preparatorios. En la obra final llama la atención del espectador la pureza y simplicidad de formas, en una paleta vibrante, alegre, que nos recuerda la observación de la naturaleza de los grandes maestros de las vanguardias como Paul Cézanne, y después en sus inicios hacia el cubismo, Braque o Picasso pero con unas tonalidades más cercanas a los maestros españoles como Sorolla, de forma que su paleta parece bañada por la luz del Mediterráneo.
Como Cézanne en sus estudios de la montaña Santa Victoria, la artista consigue transmitir las monumentales formas de conocidos paisajes como el de la Playa de las Catedrales o la inconfundible cuidad de Peñçiscola, pero con un estilo propio limpio, sobrio, en tintas planas, nuevo y actual. Esta honestidad con la que reinterpreta el natural, es en apariencia sencillo. Sin embargo, esconde un gran esfuerzo de simplificación en el cual sin llegar a la abstracción, graba en la retina del espectador las formas que permiten reconocer prefectamente el paisaje reinterpretado.
La artista consigue equilibrar las formas jugando con composiciones ligeramente asimétricas, el equilibri de las gamas tonales frías y cálidas, dando como resultado una obra sobria y armónica.
En algunos detalles como en su obra Albufera de Valencia, la artista nos muestra como integrar la simplificación de los distintos planos hacia formas geométricas con las formas orgánicas: ha representado con gran delicadeza el sistema de pesca tradicional de cañas y palos de la laguna que hace inconfundible el paisaje.
En definitiva, en la obra de la artista podemos contemplar cómo se une tradición con modernidad, con un estilo propio que destaca por su síntesis de los elementos de la naturaleza sin renunciar a la luz y al color que le son propios, con una pincelada gruesa, limpia, de composiciones equilibradas, que nos recuerda a los clásicos de finales del XIX reinventados en nuestro siglo.
Beatriz Blazquez Ballesteros. Historiadora del Arte,
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